El Virus Carnaval
Opinión
Por Juan Martínez d´Aubuisson
Desde la Gripe Española, o
gripe de 1918, el mundo no se veía en estas. 102 años en que ningún
enemigo flotaba de forma masiva por el aire, adhiriéndose a las cosas,
metiéndose en nosotros y postrándonos en cama o llevándose a los
nuestros. 102 años en que la preocupación principal fuimos nosotros
mismos y nuestra inagotable hambre de poseerlo todo.
Hasta el domingo 22 de marzo a las 3:00 de la tarde el virus había
matado oficialmente a 14,632 personas e infectado al menos a otras
335,972. El virus ha hecho que la mayoría de fronteras del mundo se
cierren y que los gobiernos pidan a su población quedarse en casa.
Algunos de formas más severas que otros. Sin duda alguna, un mal
terrible se cierne sobre nosotros. Pero es un mal extraño, parece no
haber entendido la forma en la que funcionan las cosas en este mundo…
Este virus no ha seguido el patrón del cólera, la fiebre tifoidea, la
malaria. No mordió primero, y casi exclusivamente, a los miserables del
mundo. No comenzó, pues, en una chabola mal oliente del barrio Kibera
en Kenya, la favela Rocinha de Río de Janeiro o el barrio Rivera
Hernández en Honduras. Comenzó en las vísceras de la potencia económica
más formidable de la actualidad. Luego se esparció por Europa. Por la
próspera y moderna Europa. De un momento a otro el mundo se invirtió, se
volvió un lugar distinto.
En América Latina, como hacía ya 500 años que no sucedía, empezamos a
desconfiar de los que venían del otro lado del mar. Por primera vez la
clase media y alta son los sospechosos. En El Salvador, y en general en
toda América Latina, las poblaciones pobres se cubren la boca y evitan
darles la mano a los más acomodados, a los que viajan. En Uruguay, por
ejemplo, el virus se coló a bordo de una diseñadora de modas quien viajó
desde España e infectó a decenas en un evento social en el exclusivo
barrio Carrasco de Montevideo. Ahora, por primera vez, los sospechosos
somos nosotros.
El 8 de marzo, el presidente salvadoreño Nayib Bukele prohibió la
entrada a territorio salvadoreño a italianos y alemanes. Algo sin
precedentes. Al siguiente día, a las 7:00 de la noche, prohibió el
ingreso de españoles. Los salvadoreños que venían de esos países
tuvieron que ingresar a unos recintos improvisados en donde aún se
encuentran. No son los primeros albergues que se organizan para
situaciones catastróficas. Para los terremotos, inviernos y las
violentas lluvias tropicales se habilitan siempre albergues temporales
para aquellas familias que lo pierden todo. Son lugares muy incómodos
que suelen improvisarse en escuelas o centros comunitarios, donde llegan
madres solteras destilando aún la misma agua que les robó la casa, o
ancianos sin hogar o campesinos sin cosecha. Ahora no. Esta vez a los
albergues llegaron gentes con maletas y cubrebocas, con ropas de
temporada y reclamando al Estado comida y atenciones de calidad. Como
pingüinos en desierto se miran. Los albergues no son para ellos. Nunca
han sido para ellos, pero este virus no entendió nada.
El día 15 de marzo sucedió algo histórico en El salvador. Nadie le ha
parado mucha bola, pero es un evento sin precedente: El Salvador cierra
sus fronteras, entre otros países, a los Estados Unidos de América. El
gobierno del país más chiquito de América, del que su población brota
como caudal torrentoso hacia las fronteras del norte, colándose por
desiertos, por túneles, muriendo en balsas o deprimiéndose en las celdas
“hieleras” cuando son capturados esperando deportación, le cerró la
entrada a ciudadanos norteamericanos. Días después hicieron lo mismo
Guatemala y Honduras, las “Banana Republic”. Un mes atrás, la
posibilidad de que esto ocurriera era parte de un panorama imposible. Lo
mismo ocurrió el 19 de marzo en la ciudad ecuatoriana de Guayaquil,
cuando el gobierno le impidió el aterrizaje a varios aviones
provenientes de España y otros países de Europa por temor al contagio.
Definitivamente el virus no sabe de historia, ni de muros o
deportaciones. No entiende que las fronteras se cierran allá, no acá. No
al revés. No entiende nuestro mundo.
El virus se confundió. Si se hubiese informado con sus antecesores
sabría que tenía que atacar primero el cuerpo de una prostituta marroquí
o un migrante venezolano, saharaui o un niño palestino sin hogar. Pero
en los tres meses que lleva su ofensiva ya infectó a Tom Hanks y a su
esposa, Rita Wilson. Enfermó también a varios jugadores de la NBA como
Kevin Durant o futbolistas europeos como Danielle Ruani de la Juventus.
Estos males entran siempre por abajo, nunca por arriba, así ha sido
siempre, desde la peste negra. Pero este es quizá el hijo díscolo en su
familia de enfermedades pandémicas. Este llevó sus fiebres y su tos seca
al secretario de prensa del presidente derechista brasileño Jair
Bolsonaro, quien por poco infecta a uno de los hombres más poderosos del
mundo: Donald Trump.
En su repertorio de incongruencias, este virus disidente afecta a las
grandes ciudades, dejando bastante tranquilos a los campesinos y gente
de las afueras, quienes además contarán con suministros alimenticios
mientras que en las grandes urbes la escasez se comienza a sentir. Y no
solo en suministros como el papel de baño o el alcohol gel. Empieza ya a
ralentizarse la llegada de carne fresca, de granos básicos y de pastas.
Es un verdadero reto, y lo será cada vez más, encontrar en las ciudades
pescado o huevos. Pero esto no será así por mucho. Mientras más tiempo
pase el virus entre nosotros más irá aprendiendo cómo son las cosas. Irá
aprendiendo cómo somos los humanos. Lo iremos educando, entre todos.
Pronto llegará de lleno a América Latina y aprenderá a tratar a los
pobres de la misma forma que lo hicieron sus antecesores. Con saña.
Entrará de lleno a África y a las regiones más vulnerables de Asia y
aprenderá, como la serpiente, a morder al descalzo.
Este virus aprende rápido, las clases pobres de todo el mundo están
ya sintiendo sus estragos, y cambiará para siempre la forma en la que
entendemos el mundo y las relaciones humanas. Así como el 11 de
septiembre transformó la forma de viajar, y ahora a nadie se le
ocurriría llevar un encendedor en un equipaje de manos, de acá en
adelante, salvo en México o Nicaragua, falta mucho para se organice un
concierto o una marcha. La muchacha se lo pensará tres veces antes de
besar al muchacho desconocido en un bar; los viejos, los que nos queden,
abrirán sus puertas con tapabocas y ojos desconfiados a sus nietos,
sumiéndose aún más en la soledad en la que ya los confina el primer
mundo.
Pero también dejará avances en salud. Dejará una capacidad instalada
para afrontar con menos lentitud pandemias futuras, dejará la certeza en
los gobiernos de que la salud necesita más presupuesto y, en los
listos, dejará la sabiduría de que la felicidad no se mide en unos y
ceros, sino en la posibilidad de estar con los que amás y tener con qué
alimentarlos. Dejará la lección de que cuidar de tus viejos es un
privilegio, nunca una carga. Yo, en lo personal, espero que también deje
otra cosa. Ahora que las clases más afortunadas sabemos lo que
significa ser sospechosos y marginados, aunque sea por unos meses,
tratemos con más empatía a los que sienten eso desde que nacen hasta que
mueren.
En la Europa medieval, tan marcada por las diferencias entre nobles y
plebe, entre los que tenían mucho y los que casi no tenían nada, había
un solo momento en donde el mundo se invertía, donde los pobres podían
comportarse como ricos y los ricos como pobres. El carnaval. No eran
periodos muy largos. Duraban días o como mucho semanas y en estos
momentos especiales las burlas y la sátira eran para los amos. Pienso
que si el virus, como un enemigo que espía a su víctima antes de la
ofensiva, observó a los humanos para aprender de ellos, lo hizo en
tiempos de carnaval. Cuando el mundo, por un momentito, se daba vuelta.
*Juan Martínez d’Aubuisson es
antropólogo salvadoreño. Autor del libro de crónica etnográfica «Ver,
oír y callar. Un año con la Mara Salvatrucha 13», coautor del libro
«Crónicas Negras. Desde una región que no cuenta» y coautor del libro
«El Niño de Hollywood. Cómo Estados Unidos y El Salvador moldearon a un
sicario de la Mara Salvatrucha», entre otros.
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