Contramutis
En aquellas
magistrales charlas que ofrecía desplegando toda su sabiduría y
experiencia cuando se desplazaba a España desde Nueva York, para
participar en actos y conferencias relacionados con el Sáhara, el
difunto
Ahmed Bujari solía advertir, cuando entre el público
algún despistado (que, por supuesto, nunca era saharaui) relacionaba el
conflicto con Cataluña o con algún otro pretendido contencioso
territorial español, que no habría nada más pernicioso para el porvenir
del pueblo saharaui que caer en la trampa tendida por sus adversarios de
confundir la gimnasia con la magnesia.
Bujari, tras dos décadas
como representante saharaui ante la ONU, sabía muy bien lo que decía.
Pero su comentario no provenía sólo de su abrumador conocimiento del
dossier saharaui desde el punto de vista jurídico, y a través de su
quehacer cotidiano en los laberintos de la diplomacia internacional (a
fin de cuentas, que una comparación entre ambas cuestiones es un dislate
que no resiste el menor análisis es algo que está al alcance de
cualquier persona con una instrucción mínima), sino del extraordinario
sentido político que siempre mostraba. Porque además de ser un
excepcional jurista y diplomático, y un gran comunicador, Ahmed Bujari
era también un gran político. Y no de los que actúan con alicortas miras
cortoplacistas buscando el interés inmediato, y a los que tan
acostumbrados estamos en España, sino de los que, como sucede con la
propia causa saharaui, despliegan una visión de mucho más largo vuelo y
alcance.
Porque establecer semejanzas entre el Sáhara y Cataluña,
sea desde el Derecho Internacional, la historia, las libertades
políticas y el estado de desarrollo socioeconómico de sus poblaciones o
cualquier otra vertiente, es algo que, aparte de constituir un insulto
al pueblo saharaui, solo es explicable desde la mala fe y/o el mayor
desconocimiento. Y llegar a partir de ahí a la conclusión de que ese
supuesto paralelismo conduciría a una inevitable alianza antisaharaui a
la que España estaría condenada para evitar la independencia de Cataluña
solo puede proceder de una lectura torticera e interesada de la
realidad como la que casi siempre suelen tratar de introducir de modo
insidioso en la opinión pública internacional el Majzen de Marruecos y
sus acólitos. Y que es la que acaban de volver a exhibir a partir de las
interesadas y falaces palabras de su primer ministro
Otmani, durante la rueda de prensa que dio junto a
Pedro Sánchez con motivo del viaje del último a Rabat. Aunque su difusión haya contado con la penosa anuencia de este último.
Porque,
por mucho que el Majzen se empeñe en ello, y Sánchez no quisiera
contradecirle, y por mucho que el lobby promarroquí haya tratado de
introducirse en el pasado en más de una ocasión en medios
proindependentistas de Cataluña a través de sus servicios secretos (de
lo que hay más de un dato contrastado), España no necesita
perentoriamente de Marruecos para evitar la independencia de Cataluña.
Le basta con el imperio de la ley aplicada por sus tribunales en el
marco de una democracia consolidada (eso que en una monarquía
autoritaria y de rasgos semifeudales como Marruecos no se sabe lo que
es), con la fuerza del Derecho Internacional, que no ha cuestionado
nunca la soberanía de España en Catalunya (pero que nunca ha reconocido
la de Marruecos sobre el Sáhara) y con el respaldo unánime de la Unión
Europea (esa misma Unión Europea que se niega a considerar en las
sentencias de sus tribunales que el Sáhara forme parte de Marruecos).
Otra
cosa es que ante la encerrona que el Majzen debió plantear al señor
Sánchez, presidente por carambola de un Gobierno débil y con una
política exterior e interior bastante incoherente, el señor Sánchez
callara. Y que, como lamentablemente ocurrió, ante la provocación que
recibió durante la rueda de prensa conjunta, primero del propio Otmani, y
después de un periodista marroquí, no distinguiera (o no quisiera
distinguir) la gimnasia de la magnesia.
Algo que debería
preocupar, y mucho, no sólo a todos los saharauis, sino a todos los
españoles que, respalden o no la causa saharaui, les preocupe la
dignidad de su Gobierno y de su país. Porque no es la primera vez que el
Gobierno del señor Sánchez da muestras de la más desvergonzada sumisión
ante el Majzen: la antepenúltima se produjo hace pocas semanas, al
desaconsejar el ministerio de Exteriores a la Mesa del Congreso, la
celebración de un acto sobre el Sáhara por no molestar a Marruecos. Y si
la penúltima fue la de la callada ante la comparación con Cataluña, la
última, y quizá aún más grave, fue la que se produjo por partida doble
poco antes, en esa misma rueda de prensa conjunta y, posteriormente, en
la que dio a solas, tras ser recibido por Mohammed VI, al proclamar al
Gobierno que preside “aliado” de Marruecos en la Unión Europea y
“defensor de los intereses de Marruecos en la UE”. Lo que, lisa y
llanamente, no supone en las actuales circunstancias otra cosa que
ciscarse en el Derecho Internacional y en los derechos del pueblo
saharaui amparados por las sentencias del Tribunal de Justicia de la UE.
O
sea que ya sabemos a qué atenernos: el flamante “Gobierno del cambio y
la decencia” no defiende en su política exterior con Marruecos derechos,
sino intereses, y preferentemente los del sultán marroquí. ¡¡Ooolé!!
¿Existe para Pedro Sánchez y su Gobierno algo llamado legalidad
internacional y respeto por las sentencias de los tribunales?
Porque
aunque la laxitud del Gobierno de Sánchez en relación con lo que es
legal y lo que no, en temas de política interior, como la cuestión
catalana, sea conocida, es difícil explicar solamente a partir de ese
factor tamaño grado de sometimiento al Majzen. Como tampoco parece que
sea suficiente, aunque ayude, incluir otras variables como la
incompetencia. O la frivolidad de que se le permitiese realizar con
fines de consumo interno y electoral el anuncio de la candidatura
compartida al Mundial de Fútbol.
La aberración de que estamos
siendo testigos –en mi modesta opinión, no se había alcanzado nunca,
desde 1975, en la actitud de los gobiernos de España, tanto desprecio
para con el pueblo saharaui- solo puede explicarse si además de todos
estos factores añadimos que es probable que el débil Gobierno de Sánchez
se haya sometido sin demasiada incomodidad al chantaje a que Marruecos
viene sometiendo desde hace más de una década a España con el Sáhara
como telón de fondo: a saber, y básicamente, todo lo referido a
colaboración frente al terrorismo y a la lucha contra la inmigración
ilegal -asuntos en los que Marruecos debería actuar ‘per se’ si fuese un
vecino leal- o la siempre pendiente espada de Damocles sobre la
situación de Ceuta, Melilla y demás plazas africanas. Cuestiones todas
ellas en las que el Gobierno de España no debería permitir nunca que los
saharauis fuesen moneda de cambio, pero que, quiera Dios que nos
equivoquemos, todo indica que podrían estar siéndolo.
Pero que
Marruecos y su lobby no intenten colarnos ahora también el tema de
Cataluña como un chantaje más para enmascarar los verdaderos y mucho más
inconfesables: porque no cuela.
Y aunque en España pueda haber
más de un creador de opinión, dentro y fuera del Gobierno, interesado en
seguir ese juego (lo veremos en los próximos meses) para ocultar la
vergüenza de que nuestro país lleve más de una década mediatizado,
cuando no sometido, en su política exterior por Rabat, que a nadie le
quepa ninguna duda de que los saharauis no van a confundir la gimnasia
con la magnesia. Y que, pase lo que pase, van a seguir luchando con las
armas de la legalidad, ya que ésta está totalmente de su parte, hasta
que puedan decidir libremente su futuro.
Fuente:
http://contramutis.wordpress.com/2018/11/21/sahara-y-cataluna-la-gimnasia-y-la-magnesia/