El rey de Marruecos sorprendió el
pasado 6 de noviembre con una oferta de diálogo destinada a Argelia. En
su discurso de conmemoración de la Marcha Verde propuso crear "un
mecanismo conjunto de diálogo y concertación... para examinar todas las
cuestiones bilaterales, con franqueza, objetividad, sinceridad y buena
fe ...". Este tono conciliador claramente contrasta con alocuciones
anteriores.
Ciertamente, la tensa parálisis en la que se
encuentran desde hace décadas las relaciones bilaterales entre los dos
países fundamentales del Norte de África requeriría una urgente
normalización. En la actualidad, es considerada una de las regiones
menos integradas del mundo, lo que sólo en el plano económico representa
una importante desventaja comparativa a escala global. Se estima que el
comercio intrarregional apenas representa el 3,6% del total de sus
intercambios comerciales, tan solo un 2% de su PIB. En consecuencia,
revertir tal situación podría suponer un impulso al desarrollo
socio-económico necesario en la zona y que en los últimos años se ha
convertido en uno de los factores estructurales que fundamentan diversos
movimientos de protesta contra los poderes centrales, como por ejemplo
el que surgió en Alhucemas en 2016, conocido como Hirak.
El
soberano ha recibido el apoyo de políticos y medios de información
marroquíes. Francia y España también la han acogido positivamente, pero
al otro lado de la frontera, sin embargo, el silencio ha sido la
respuesta oficial. Ello no debe sorprender, pues el régimen argelino se
encuentra centrado en las maniobras políticas previas a las elecciones
presidenciales que se celebrarán en primavera. Sí conocemos la enérgica
condena de los saharauis y las reacciones de los medios argelinos. Estos
critican las formas del monarca, quien, en vez de recurrir a canales
diplomáticos, opta por un discurso que, precisamente, celebra la
ocupación del Sáhara Occidental. En resumen, los argelinos lo consideran
una clara maniobra mediática.
Al margen de cuál sea finalmente la reacción del
Gobierno argelino, la iniciativa marroquí parece más bien ser una
respuesta a la evolución reciente de la cuestión del Sahara. Por un
lado, en diciembre de 2016 una sentencia europea dictaminó en contra de
que Marruecos concierte acuerdos de asociación con la Unión Europea que
incluyan el Sahara, dado que no posee la soberanía de dicho territorio.
Por otro lado, el 31 de octubre, Naciones Unidas adoptó una resolución
que presenta novedades: se limita la prórroga del mandato de Minurso a 6
meses por segunda vez consecutiva, y se ha invitado a Argelia y a
Mauritania a participar en la ronda de contactos que tendrá lugar los
próximos 5 y 6 de diciembre en Ginebra.
El desencadenante de este cambio ha sido en parte la
presión ejercida por la diplomacia estadounidense. Abandonando lo que
venía siendo la práctica habitual de Washington consistente en apoyar
incondicionalmente a su aliado marroquí, la Administración Trump ha dado
un giro en su actitud hacia la cuestión del Sahara que ha causado
cierto nerviosismo en Rabat. Derivado de su interés por recortar gastos
asociados a lo que considera un ineficiente funcionamiento de Naciones
Unidas, Washington pretende imponer recortes en el presupuesto de las
misiones de la organización. Aunque la Minurso no es de las más
costosas, sí es la más longeva. Esta es la razón por la cual se ha
convertido en objetivo tanto de la embajadora de Estados Unidos en la
ONU, Nikki Hailey, como del nuevo Consejero de Seguridad Nacional, John
Bolton. Se da la circunstancia de que Bolton conoce muy bien la
evolución de los esfuerzos negociadores realizados en el marco del
mandato de la Minurso, pues fue ayudante de James Baker cuando este
ejerció como enviado especial durante el periodo 1997-2004. Una
experiencia que resultó frustrante, tal y como Bolton ha manifestado
públicamente, criticando la posición de la Administración Bush, que
entonces obstaculizó la propuesta del Plan Baker para no desestabilizar
al régimen marroquí.
En definitiva, al romperse la inercia que venía
favoreciendo a Rabat, la Administración Trump ha provocado que Muhammad
VI intente tomar la iniciativa ante un nuevo ciclo de contactos
diplomáticos en torno al Sahara en un contexto internacional que
presenta ciertas novedades. No obstante, la historia de desencuentros
entre Argelia y Marruecos dura ya décadas y lo que resulta evidente es
que para que ambos realmente pasen página será necesario algo más que
palabras y recortes presupuestarios.