Permitidme que haga míos los versos de un gran poeta:
“se me ha muerto como del rayo Bujari, el hermano y el maestro con quien tanto quería.
No hay extensión más grande que mi herida”.
Lloro por mí, lloro por mi familia, la pequeña, y lloro también por nuestra familia grande, el pueblo saharaui, ese pueblo grande, noble y generoso, donde nacimos, crecimos y vivimos, junto al que asumimos sus tragedias y sus esperanzas. Bujari, como decía el poeta español, luchador por las libertades, Miguel Hernández, “siento más tu muerte que mi vida”.
En estas horas, en estos días, he sentido que mi herida, la gran herida de mi familia, la comparten muchas personas de todo el mundo, me han llegado los sentimientos sinceros de miles y miles de saharauis, de todas las edades, de todos los rincones, de conocidos por todos y de completamente desconocidos para mí, que tienen en común el cariño y la admiración por una trayectoria de vida que supera lo mucho que yo ya conocía y admiraba.
Recuerdo al niño con el que compartí la infancia, al hermano mayor y responsable a cuyo lado fui haciéndome hombre y descubriendo con él quiénes éramos, quién era el pueblo noble al que pertenecíamos y su encrucijada histórica por el sometimiento al colonialismo y las invasiones extranjeras.
Juntos también crecimos en el descubrimiento de la responsabilidad que debíamos asumir para la liberación de nuestro pueblo, un compromiso que ha condicionado toda nuestra vida, como la de muchos saharauis.
Bujari, el brillante estudiante con un prometedor futuro profesional, se puso, antes que yo, en la primera línea de lucha del movimiento de liberación de su pueblo, poniendo a su servicio sus enormes capacidades, sus ilimitadas cualidades intelectuales y humanas. Décadas de pelea sacrificándolo todo, los afectos, la familia, las comodidades materiales.
Bujari era el eterno e incorregible convencido de que la justicia de la causa saharaui sólo podía llevar, tarde o temprano, a su victoria y a su reconocimiento. Pero, sobre todo, Bujari es el hombre íntegro que nunca se desvió del rumbo, que nunca cedió un ápice a la tentación de soluciones personales, nunca abandonó esa actitud, nunca hizo fortuna personal, el legado a sus hijos e hijas, no es ni un solo dólar, una sola “ouguiya”, es mucho más grande que todo eso, es una lección de dignidad y de integridad absolutas para todos aquellos a los que el destino pudo o podrá llevar a asumir puestos de responsabilidad en el liderazgo de los pueblos que aún luchan por la libertad. Bujari fue, en otras palabras, un icono, no sólo en el orden intelectual, sino también en el moral.
Bujari se codeó con presidentes, diplomáticos y figuras internacionales de todo tipo y siempre dejó alto el pabellón de la causa y del pueblo que representaba. Bujari será siempre el incansable luchador por los derechos del pueblo saharaui, por la independencia y la integridad, por el futuro de un Sáhara que se desarrolle en el contexto de los países democráticos y más avanzados. Hasta la última hora de su vida su misión, su defensa de la causa, estaba por encima de sus necesidades y de su propia salud. La enfermedad, la maldita enfermedad, la sufrió como un estorbo que limitaba sus capacidades para seguir trabajando ante las últimas maniobras en la ONU, pendiente de las noticias, escribiendo, razonado. Sus sufrimientos nunca hicieron mella en su moral ni en la firmeza de su voluntad hasta el último suspiro.
Bujari, pese a todo, forma ya parte imborrable de la historia del pueblo saharaui y permanecerá como un ejemplo insustituible mientras los saharauis sigamos existiendo y luchando por nuestro futuro.
La inmensa pena y consternación con las que nuestro pueblo vivió y vive esta pérdida, esta tragedia para mi familia, el duelo generalizado que invadió cada hogar, cada jaima de este pueblo grande y generoso, es la demostración de que los pueblos, y sólo ellos, saben colocar a sus hijos en el lugar que se merecen en la historia
Para sus hijas e hijos será siempre el padre excepcional y ejemplar, y para mí, para su familia, será siempre el hermano querido hasta el final.
Bujari se ha ido, como muchos mártires de este pueblo, es una pérdida irreparable, pero también es una de aquellas pruebas en las que todos debemos sentirnos orgullosos de pertenecer a este pueblo grande y noble.