|
|
TomADO DEL DIARIO DE LEÓN
Isalmu Elbar vuelve con frecuencia a su casa en
Auserd. El niño que soñaba con jugar al fútbol es ahora técnico en
emergencias sanitarias en León. Llegó a España con el programa
Vacaciones en Paz a las 6 años. En los campamentos saharauis no aspiraba
a más y ahora se pregunta cómo puede sobrevivir su familia con tan
pocos recursos. Sus fotos son los ojos que muestran la realidad de su
pueblo..
carmen Tapia | león
La familia de Isalmu Elbar acaba de instalar luz eléctrica en su
modesta casa de adobe situada en los campos de refugiados de Auserd. Es
una de las familias privilegiadas que puede contar con la ayuda de un
pariente en el exterior. Isalmu tiene ahora 28 años. Dejó su casa con 6
años para venir a España con el programa Vacaciones en Paz, acogido por
una familia de Santi Ponce, en Sevilla. Ahora trabaja en León como
técnico de emergencias sanitarias en el 112. Vuelve con frecuencia a los
campamentos y dice que el Sahara le duele. «En los campamentos no
aspiraba a más porque no sabía que había otro mundo. Ahora, cada vez que
vuelvo me pregunto qué es eso, cómo pueden sobrevivir así. Siempre me
impacta porque ves el deterioro del tiempo en la gente, que mueren por
causas de fácil remedio. Ellos lo tienen asumido y, aunque confían en
que algún día todo cambie, se resignan».
Los habitantes de los campos de refugiados son víctimas de una guerra
que dura ya 40 años. «Es inhumano. Nadie mira ya más allá del muro. Se
han olvidado de ellos».
Apátridas
Tres generaciones de saharauis han vivido como apátridas, «olvidados,
desamparados y nadie parece tener interés en solucionar el problema».
La mitad del pueblo saharaui vive desde hace 41 años en campos de
refugiados construidos en mitad del desierto. La otra mitad siguen en su
territorio original pero viven bajo la ocupación marroquí. La ONU
considera el Sahara Occidental como el mayor territorio del planeta que
todavía no ha sido descolonizado. «El poder político es mayor que el de
los derechos humanos», lamenta Isalmu Elbar. «Los leoneses tienen que
darse cuenta de que hay vida más allá del muro», afirma.
En los campos de refugiados han vivido ya tres generaciones de saharauis «una generación ya ha muerto. Es un genocidio blanco».
Las familias viven de la ayuda humanitaria. «Como no tienen patria no
pueden trabajar, no pertenecen a ninguna parte». En los campos de
refugiados falta de todo. «En mi último viaje fue al hospital de Rabuni a
colaborar como voluntario. A los tres días asistí a un parto. Sólo
tenían una ‘palomilla’ para coger la vía del paciente y se la pusieron a
la mujer que iba a dar a luz porque fue la primera que llegó. Tuvo
suerte. Los pedidos llegan en un día, tienen que atravesar 30 kilómetros
por el desierto y te puedes imaginar que 30 kilómetros por un desierto
de arena no es fácil de recorrer. Me impactó mucho, acostumbrado a las
facilidades que tenemos aquí, que hasta utilizamos el material para
hacer prácticas».
El trabajo de los médicos y enfermeros en los hospitales saharauis es
semi voluntario. «Cobran 50 euros cada tres meses. No es un sueldo es
una ayuda».
La electricidad ha llegado a los campos de refugiados 41 años después
de la ocupación. Los jóvenes abandonan la ocupación tradicional de
fabricación de ladrillos para dedicarse a la instalación «sin apenas
tener preparación», asegura Elbar. «Es algo nuevo para ellos. Una vecina
se ha electrocutado porque pisó un cable que estaba en mal estado. Todo
es muy nuevo».
La familia de Isalmu vive en una casa de adobe y uralita de tres
habitaciones de 4 metros cuadrados cada una. «Viven juntos mi madre, mis
tres hermanas, mi cuñado y un hermano sordomudo». Gracias a la ayuda
que les envía desde León han podido meter la luz en la casa y se han
comprado un aparato de aire acondicionado. «A veces me llaman y me dicen
que necesitan un frigorífico o cualquier otro aparato. Entonces ahorro
todo lo que puedo y se lo envío. Ellos no tienen otra manera de
subsistir. Los que no tienen a nadie fuera viven en peores condiciones».