Brahim Ghali felicita a su homólogo ecuatoriano por el 213 aniversario de la independencia de su país

  El Presidente de la República felicita a su homólogo ecuatoriano por el 213 aniversario de la independencia de su país SPS   Bir Lehlu (República Saharaui), 10 de agosto de 2022 (SPS) – El Presidente de la República y Secretario General del Frente POLISARIO, Sr. Brahim Ghali, felicitó este miércoles a su homólogo ecuatoriano, Guillermo Laso Mendoza, con motivo del 213 aniversario del primer grito de independencia de la República del Ecuador, que coincidió con el 10 de agosto de 1809. En la carta de felicitación a su homólogo ecuatoriano, el Presidente de la República expresó “sus más sinceras felicitaciones, en nombre del pueblo y del gobierno de la República Saharaui, al hermano gobierno y pueblo del Ecuador, con motivo del 213 aniversario de la independencia”. “Este hecho histórico llevado a cabo por el valiente pueblo ecuatoriano, permitió sembrar las semillas de la liberación y emancipación en América Latina, así como el cumplimiento del sueño de indep

Sahara, historia de una traición

ANIVERSARIO DEL ABANDONO
Un 26 de febrero –de 1976- España abandonaba el llamado Sahara español, hoy Sahara occidental. Un episodio poco glorioso de nuestro pasado más reciente.
Fernando Paz
Juan Carlos de Borbón en su visita a El Aaiún, el 2 de noviembre del 1975 / Archivo Sahara Gasteiz


Un poco de historia

El Sahara es una zona desértica situada entre Marruecos y Mauritania, y entre Argelia y el océano Atlántico, en la que apenas hay algo más que areniscas, dunas y cielos azules. El total de habitantes del Sahara hoy es de medio millón, para una superficie que viene a ser la mitad de la península ibérica, pero no llegaba a los 70.000 en 1975. Apenas contaba, y cuenta, con dos ciudades de alguna importancia, llamadas en tiempos de la colonización El Aaiún y Villa Cisneros.

España había ocupado esa región a consecuencia del Congreso de Berlín que se celebró, convocado por Bismarck, en 1884-1885 y en el que se establecieron las reglas que rigieron el reparto de África entre las potencias europeas. La idea era evitar que África se convirtiera en fuente de conflictos y que a cada cual le tocara en el reparto aquello que mereciera de acuerdo a su poderío y prestigio (y a lo que hubiera ocupado hasta ese momento).
A España se le reconoció la posesión de una región selvática, en la que ya se había establecido, en la región ecuatorial, algunos enclaves en Marruecos y aquél territorio desértico y pedregoso que nada poseía ni producía (hasta que en 1949 se descubrieron las minas de fosfatos más ricas del mundo). 

Provincia española

La ocupación efectiva del territorio no se completó hasta los años veinte del siglo pasado. El proceso fue lento y, de hecho, hasta 1900 no se había llegado a un acuerdo con Francia acerca de su delimitación en la franja norte. La creación del Sahara como una zona más o menos homogénea se completó en 1958, con la unión de los territorios de Río de Oro y Saguía el Hamra. Desde entonces, el Sahara español se convirtió en una provincia a todos los efectos.
Hasta los años setenta del siglo pasado, el Sahara era un territorio más o menos tranquilo. Pero en una de esas zonas de la región norte en disputa entre Francia y España, en Tarfaya, un beduino saharaui llamado Mohamed Sidi Brahim Basir (conocido como Basiri) comenzó a difundir la idea de que el Sahara debía ser independiente de España al tiempo que evitaba las pretensiones anexionistas de Marruecos. Corría el año de 1970; Basiri fue detenido y se ignora lo que fue de él a partir de este punto. La policía española asegura que lo puso en la frontera y lo entregó a Marruecos, pero hay quien acusa a los españoles de haberlo fusilado.

Referéndum de autodeterminación

Como quiera que fuese, la obra de Basiri y su muerte, serían el catalizador que serviría para el surgimiento del Frente Polisario. Para entonces, España estaba considerando la concesión de la autonomía al territorio saharaui, adelantándose así a las pretensiones de Marruecos y Mauritania sobre el mismo. Se formó un partido español que debía sostener los intereses nacionales y se concedió a la Yemma –la asamblea de notables locales- algunas atribuciones con vistas a un cierto autogobierno. 
Sabedor el gobierno de Madrid de que aquello era insuficiente, y en pleno proceso de descolonización que ya había producido apenas siete años atrás la independencia de Guinea Ecuatorial, España se dirigió a la ONU para que esta pusiera en marcha el proceso que había de llevar al país a su independencia; se trataba de conseguir las mejores garantías para que el Sahara no fortaleciese a Marruecos contribuyendo a convertirlo en un estado poderoso que amenazase la España africana (Ceuta, Melilla, Canarias y los peñones). 
En su resolución 3458 B del 10 de diciembre de 1975, la ONU se manifestaba de acuerdo con la propuesta española a fin de que se celebrase un referéndum de autodeterminación. Pero tal decisión no pudo ponerse nunca en marcha, entre otras cosas porque un Marruecos decididamente apoyado por Estados Unidos no estaba dispuesto a permitirlo y, también porque, con una increíble falta de visión, el Frente Polisario, sostenido por Argelia -que deseaba convertirse en la potencia regional dominante-, comenzó una serie de acciones terroristas teóricamente destinadas a “liberar” el país y dotarse, así, de legitimidad política; acciones que provocarían en parte la caída del Sahara en manos de Rabat, dominación mucho peor que la española desde todos los puntos de vista para los saharauis. 

Acuerdos secretos

Lo complicado vino cuando Franco agonizaba. Tampoco es que hiciera falta un olfato especial para detectar la debilidad española, pero es innegable que Hassan anduvo listo. Con el apoyo de Washington, preparó un golpe de efecto; la Marcha Verde, maquiavélica expresión tanto del sentido político del sultán como del propósito de evitar un enfrentamiento militar, a través de la que miles de civiles marroquíes cruzarían la frontera del territorio y se adentrarían hacia el sur.  
Lo que vino a continuación era previsible: un país carente de dirección, inmerso en un periodo de transición que le debilitó –tanto en lo interior como en lo exterior- y obsesionado con hacerse perdonar a tiempo completo, se convirtió en la víctima ideal para un avezado ventajista como el sultán marroquí.     
Aunque España estaba comprometida con el proceso y era su obligación llevarlo a cabo, el entonces príncipe de España –estamos entre el 6 y el 9 de noviembre de 1975, con Franco aún vivo-, aseguraba en El Aaiún que el ejército conservaría intacto su honor, mientras pactaba con Rabat cómo habrían de desarrollarse los acontecimientos, para lo que se retiraron las tropas españolas de la frontera a fin de evitar incidentes. 
Algo que avala el embajador estadounidense, Wells Stabler, quien fuera informado por el propio Juan Carlos, referente a la Marcha Verde: "Madrid y Rabat han acordado que los manifestantes sólo entrarán unas pocas millas en el Sáhara español y que permanecerán un corto periodo de tiempo en la frontera, donde ya no hay tropas españolas". A fin de escenificarlo adecuadamente, a unos 50 marroquíes les sería permitido entrar en El Aaiún.

La monarquía borbónica, apuesta de Washington 

Para entonces, Juan Carlos ya era la baza principal de Washington en España, la  garantía de que la tozudez patriótica de Carrero Blanco era solo la pesadilla de un pasado superado. A fines de 1975 hacía tiempo que los estadounidenses se hallaban perfectamente informados por el príncipe de los movimientos de España en el Sahara y sabían lo que esperar. 
Ahora, en el otoño de 1975, Juan Carlos de Borbón no estaba dispuesto a protagonizar un papel como el que desempeñó cuando fue llamado para sustituir a Franco durante su anterior convalecencia -en el verano de 1974, a lo largo de mes y medio-. Creyendo que Franco no saldría de su enfermedad, había asumido gustoso unos poderes que, el 9 de septiembre de ese año, tuvo que devolver. 
El príncipe presionó al embajador norteamericano Stabler para que convenciera a Arias Navarro de que obtuviera de Franco una cesión del poder en su totalidad y la garantía de que, como quiera que evolucionase la enfermedad, el Caudillo no recuperaría la jefatura del Estado. Aunque Juan Carlos se había convertido en un hombre de Washington a todos los efectos, los estadounidenses se negaron a hacer esa gestión, que encontraban fuera de lugar.
En La Paz, Franco agonizaba. Informado en las semanas anteriores de que la cuestión saharaui podía llevar a la guerra con Hassan, el Generalísimo se mostró decidido a aceptar el reto del monarca alauí. España había dado su palabra, pero los políticos maniobraban a sus espaldas, y Franco ya no estaba en condiciones de imponerse.
El Caudillo no ignoraba el papel que jugaban los norteamericanos, y sabía que no podía contar con ellos; aún más, sabía que Washington apoyaba a Marruecos, aunque no estaba en el secreto del papel que jugaba Juan Carlos. 

El amigo americano

Un año antes, en noviembre de 1974, reunido en Torrejón con el presidente de gobierno, Arias Navarro y con el titular de Exteriores, Pedro Cortina, Kissinger les había intimidado para que entregasen el Sahara: "Qué más les da a ustedes. Hassan lo desea tanto…" La frase tenía un significado muy profundo si se la relaciona con el verdadero propósito de Washington de expulsar a España de África, tal y como el propio Kissinger había expresado al presidente argelino, Boumedian: "no nos interesa que España esté en África."
Desde ese momento sin reservas, los marroquíes sabían cuál era la estrategia estadounidense, que les privilegiaba frente a España. En el juego de intereses de la región, Marruecos era un aliado seguro que se oponía a los argelinos, aliados de la Unión Soviética; Argel, a su vez, sostenía al Polisario frente a Marruecos, quedando  España aislada y reducido su papel al de pariente pobre. 
En octubre de 1975, Hassan había recurrido al arbitraje internacional para que le fueran reconocidos sus derechos sobre el Sahara, pero no lo había conseguido; la Corte Internacional de Justicia de la Haya había determinado que jamás habían existido “vínculos jurídicos de soberanía territorial entre el Sahara Occidental y el Estado marroquí”.   
Teóricamente, las reclamaciones de Rabat sobre el Sahara no tenían acogida legal, y resultaba evidente que España podía argumentar con toda razón en ese sentido para negarse a aceptar las pretensiones marroquíes. Pero, mediado noviembre de 1975, con Franco ya fuera de juego, el aún príncipe de España acordó con Hassan la celebración y firma de los Acuerdos de Madrid, por los que el Sahara pasaba a estar dirigido a través de una administración conjunta hispano-marroquí-mauritana. La ONU, sin embargo, no lo reconoció en su momento y tampoco lo ha hecho desde entonces.
Los acuerdos incorporaban un anexo secreto por el que se cedía a los marroquíes los derechos de explotación del 65% de los fosfatos a cambio de una concesión de licencias de pesca para 800 barcos durante veinte años; huelga recordar que, una vez conseguido su objetivo, Hassan incumpliría su parte del tratado.  
Por supuesto, los norteamericanos ni se molestaron en presionar a los marroquíes para que se mostrasen un poco más razonables; por el contrario, les hicieron saber su respaldo incondicional. Al respecto de España, el interés de los norteamericanos radicaba básicamente en que se renovase el acuerdo de las bases en nuestro territorio, que el régimen había puesto en peligro con sus veleidades soberanistas. Juan Carlos, en cambio, estaba dispuesto a cumplimentar a los estadounidenses a cambio de su apoyo.
De modo que Madrid y Washington firmaron el Tratado de Amistad y Cooperación, que sancionaba favorablemente la presencia de las bases norteamericanas en la península, apenas dos meses después del ascenso de Juan Carlos al trono, en enero de 1976.

Hasta el día de hoy

El objetivo de Marruecos era que no se celebrase el referéndum de autodeterminación -que sabía perderían abrumadoramente-, algo que consiguió. España hizo dejación de su responsabilidad y Marruecos y Mauritania se repartieron el Sahara: dos tercios para Rabat y el tercio sur para Nuakchot. Mauritania renunció al poco tiempo sobre su parte sureña, y hoy solo ocupa la ciudad deshabitada de la Guaira, de origen español, una península en el extremo sur. Así que la práctica totalidad del Sahara pertenece a Marruecos, bajo la denominación de “provincias meridionales”.           
Los marroquíes han introducido población procedente del Marruecos original, mientras que los verdaderos saharauis se mantienen tras la proclamación de la RASD en la zona oriental, junto a la frontera argelina. Unos 160.000 viven en Tinduf, en Argelia, en campos de refugiados. Conservan el español junto al árabe como idioma; los de la zona ocupada por Marruecos, algo más numerosos, tienen el español por segundo idioma.
La situación parece estabilizada a favor de Marruecos, con pocas perspectivas de que cambie en un futuro próximo. España no parece tampoco que vaya a tomar iniciativa alguna, aunque técnicamente, puesto que la ONU no reconoció los Acuerdos de Madrid de 1975, es la potencia administradora. Pero, pese a las declaraciones de nuestros políticos, España prioriza las relaciones con Marruecos a las necesidades de ese puñado de cientos de miles saharauis abandonados en mitad del desierto que parece a nadie importan demasiado.
La historia, empero, no podrá ignorar el flagrante incumplimiento de unos españoles que en su día se comprometieron a mantener sus promesas. Las que hizo el príncipe Juan Carlos cuando aseguró que "España cumplirá sus compromisos. Deseamos proteger los legítimos derechos de la población saharaui"; o las de un joven Felipe González paseado entre las tiendas de campaña de Tinduf: “Nuestro partido estará con vosotros hasta la victoria final"
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